sábado, 22 de abril de 2017

"La vida no se captura" - Por Julieta Gabriela Lardies

"LA VIDA NO SE CAPTURA"

Por Julieta Gabriela Lardies




Hace algún tiempo oí en una película esta frase. “La vida no se captura”. El personaje que la dijo, un profesor de música, la utilizó para explicar a sus alumnos la curiosa postura de un afamado músico que no permitía que sus interpretaciones musicales fueran grabadas; únicamente difundía su trabajo en presentaciones en vivo ya que consideraba que el fonógrafo no captaba la esencia de su arte.
Esa película me llevó a recordar y a fijar mi atención en fotos, videos y fonograbaciones. Así, de a poco, fui solidificando aquella frase en mi interior. “La vida no se captura”. La “magia” de los momentos, lo que experimentan las almas, el espíritu del tiempo encarnado en un espacio determinado, los rasgos esenciales de las cosas… no pueden copiarse. Las esencias no se captan con una lente. Una fotografía, un video o una fonograbación no son otra cosa que una copia, más o menos precisa, de la realidad que las trasciende. Son una copia, no la realidad misma. Aún la transmisión directa de un programa televisivo o una llamada telefónica no dejan de ser reproducciones, aunque sean de forma inmediata.
Por otro lado, no deseo hablar de las diferentes técnicas de reproducción de voces e imágenes ni del asombroso progreso directo que han tenido los distintos métodos de “captura” de la realidad. Simplemente quiero expresar una idea acerca de ellos… y es que pienso que todos han fallado en algo… o quizás no sea que hayan “fallado” sino que sencillamente no podían acertar. Era imposible. Todo lo que ocurre en nuestra vida tiene un valor incalculable que viene dado entre otras cosas por su calidad de único. Los acontecimientos pueden ser semejantes pero nunca iguales. Con más razón una copia es sólo eso y nada más. Una filmación o una fotografía no nos muestran lo que irradia una persona frente a frente, el brillo vital de su mirada, la calidez de su alma transmitida en sus gestos…
Todos hemos regresado alguna vez a un sitio al que hemos amado mucho, en el que hemos sido felices, algún escenario de la infancia quizás. Y hemos descubierto que no era igual al lugar que esperábamos hallar, por una simple razón… el momento no era el mismo. La vida no se captura y los instantes no se repiten. 
Hay momentos en la vida que deben ser simplemente “vividos”, nada más… ni nada menos. A veces, en nuestro indomable deseo de querer poseer, de querer ser dueños, dejamos de lado el genuino disfrute de aquello que Dios nos ha puesto en frente. No vivimos el instante sino que queremos atraparlo materialmente, como desenfrenados e inexpertos cazadores de mariposas que buscan atraparlas con una red agujereada. No contemplamos el exquisito vuelo de los segundos, de los instantes dorados con los que se teje nuestra historia; no nos gozamos del delicioso momento que se nos ofrece, no, porque estamos preocupados en capturarlo… y luego, cuando ya ha pasado, buscamos ansiosos en el fondo de la red… para encontrarnos con el polvo de las alas de una mariposa que se nos ha escapado para siempre.
En este punto ya tenemos las dos notas que deseaba hacer sonar en esta pieza. Dos notas distintas pero enlazadas por un mismo y misterioso designio. La esencia de las cosas no se captura en las réplicas y los momentos no se repiten jamás.
La filmación de una boda, la fotografía de la Primera Comunión, la fonograbación de un concierto… son eso, una filmación, una fotografía, una fonograbación. No son la boda, ni la Comunión, ni el Concierto. Son réplicas imperfectas. Imperfectas porque captan líneas, formas, colores, timbres… pero no captan “espíritus”. No captan la luz que brilla en ese instante. No captan la trascendencia, lo celestial. No captan el latir de las almas inflamadas por la fe y el amor. No somos sólo materia. ¿Alguien puede dudarlo? Y todo lo que encierre al ser humano únicamente en su materialidad termina mutilando lo trascendente que hay en él, reduciéndolo a algo muy inferior de lo que realmente es.  
Quizás por alguna razón Dios hizo que no nos sea posible capturar la vida materialmente, así como no podemos atrapar las estrellas en un vaso, así como no podemos crear vida de la nada. Quizás Dios quiso ahorrarnos preocupaciones, animarnos a que nos dediquemos a vivir, a asombrarnos y a maravillarnos, sin desvelos que no nos corresponden. Quizás a veces no lo entendemos y nos volvemos frustrados “cazadores” de instantes que nunca logramos someter a nuestro dominio. La vida no se captura.

Con el tiempo he aprendido que hay un sólo lugar donde se guarda con mayor exactitud el sabor esencial de los momentos. Ese lugar es el corazón. En el corazón atesoro recuerdos y emociones. En el corazón veo con nitidez las manos arrugadas de mi abuela acercándome un té medicinal. Allí veo los árboles de navidad que mi madre adornaba para delicia de mis ojos infantiles. Allí guardo la ternura de mi padre convidándome un bocado del asado, aquel bocado de privilegio que yo esperaba mendicante junto a la parrilla. Allí guardo el aroma de las galletitas del jardín de infantes y el color de los amaneceres de verano. Es cierto que tengo conmigo muchas fotografías de mis seres queridos y un gran número de souvenires, pero es en el corazón donde verdaderamente los llevo, donde retengo el reflejo de su luz. Y en el corazón de las personas que amo es donde quiero proyectarme.

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