martes, 20 de junio de 2017

Lo que tenes que saber sobre la “cultura de la muerte” en la Argentina - Por Juan Carlos Monedero (h)

Lo que tenes que saber

sobre la “cultura de la muerte”

en la Argentina 

Por Juan Carlos Monedero (h)

           No es sólo el aborto. El aborto es uno de los temas principales –el Tetazo o NiUnaMenos no nos dejarán mentir pero está lejos de ser el único. Tanto los propietarios de los MMCC, sus escritores, sus columnistas, y muchas cátedras universitarias; los autotitulados artistas y también, por supuesto, influyentes instituciones como Naciones Unidas, intentan implantar en nuestro país la “agenda de género”. Esta agenda no es otra cosa que la ideología antidiscriminatoria, fruto de la extendida mentalidad anticonceptiva. De ella emerge, como consecuencia inevitable, tanto la promoción del aborto como la propaganda que pretende naturalizar la homosexualidad: volverla normal, inocua y hasta simpática. No es otra cosa que “la cultura de la muerte”, tal como la llamó oportunamente Juan Pablo II.
Son muchos, sin embargo, los que nos oponemos a esta ideologización de la sexualidad, del amor y de la familia. Una oposición que tiene lugar no sólo en la teoría sino también en la práctica: revistas, publicaciones, blogs, conferencias, volanteadas, videos, etc. son el vehículo de las auténticas certezas sobre el hombre, la vida y su destino, rebatiendo en muchos casos los argumentos contrarios.
Es un hecho comprobado que, ante planteos opositores, quienes defienden la cultura de la muerte suelen reaccionar con una gran violencia (tanto verbal como física). Su vía de escape suele ser la agresión. Desde el punto de vista psicológico, ésto es un indicio de que su mente no es capaz de encontrar una respuesta satisfactoria; los argumentos que tienen no producen ese convencimiento que, como fruto de la madurez, no necesita de los golpes bajos ni se crea en los ataques personales. Sus almas, en vez de abrazar dócilmente la verdad –o, al menos, retirarse y dudar–, respingan bajo el influjo del resentimiento. Por ejemplo, en los debates que tienen en lugar en los Encuentros de “Mujeres Autoconvocadas”, muchos testigos dieron fe de que la violencia no es el punto “culminante” de una discusión: estos talleres no presencian una discusión que “termina” a los gritos. Presencian un griterío interminable, de principio a fin.
La presencia del feminismo, de todas las gamas de la izquierda y de poderosas ententes internacionales es el hilo conductor de estos encuentros y propuestas: todas usinas e instancias ligadas a Naciones Unidas. Ligadas en lo económico, en lo político y en lo cultural. Promueven la ideología de los derechos humanos, el vocabulario feminista, la mentalidad anticonceptiva, el aborto y el homosexualismo político. Un conjunto de falacias que desde hace más de 50 años tiene en jaque a Occidente. No se puede seguir mirando hacia otro lado, recostándose en discursos azucarados. Vienen por todo, vienen por vos, por tus hijos. ¿Qué vas a hacer?

La batalla de las palabras. Guerra Semántica.

Está más allá de toda discusión el hecho de que en la Argentina se presiona de todas las maneras posibles para lograr una serie de objetivos:

–despenalizar el aborto;
–naturalizar la tendencia homosexual;
–implantar la idea de que una persona tiene “derecho” a hacer con su vida lo que quiera, desde drogarse hasta pedir la eutanasia;
–instaurar el concepto de que no hay un único modelo legítimo de familia sino “muchos”[1].

Pero, ¿cómo se ejecutan estos objetivos? Ninguna de estos objetivos avanza si no se cambia la cabeza de las personas. Y una de las vías de influencia preferidas para “entrar” ahí, sin dudas, es la palabra. ESTOS OBJETIVOS SE LOGRAN POR MEDIO DE LA IMPLANTACIÓN DE UN LENGUAJE. Por eso nos aturden con palabras como “femicidio”, “violencia de género”, “machismo”, “violencia heteropatriarcal”, “micromachismos”. ¿Qué significa todo ésto?



Como hemos señalado en otras oportunidades[2], los términos “violencia de género” responden a la estrategia de decir una verdad para defender una mentira. ¿Cuál es esa verdad? Es verdad que todo tipo de discriminación injusta o de agresión ilegítima contra la mujer es reprobable. Es cierto: no debe el varón cobrar más que ella por el mismo trabajo, no puede el varón levantarle la mano, etc. Esto es verdad pero hay que tener cuidado: la desconfianza es imprescindible. Porque está más que probado que hay quienes se sirven de la verdad para deslizar a los demás hacia otras latitudes: tomemos el caso del aborto. Estos grupos utilizan las palabras “violencia de género” para designar a las muertes de mujeres en el contexto de abortos ilegales y, así, pretenden justificar esta práctica.

–¿Estás en contra de la violencia de género?
–Sí, claro –responde la persona, pensando en la imagen de un hombre golpeando a su pareja. ¡Cómo no va a estar en contra de esta barbaridad!
–Entonces, estás a favor de que el aborto sea legal. Porque “el aborto clandestino también es violencia de género”[3].
–Pero no, no estoy a favor de que se legalice el aborto.
–¿Querés que mueran mujeres como consecuencia de la clandestinidad del aborto? ¿Sos tan insensible?

El callejón sin salida, perfectamente diseñado.
La atenta observación de cómo se desenvuelven los discursos, la lógica del mismo, las inferencias a las que se pretende llevar tanto a los espectadores como a los lectores, arroja a nuestro juicio lo siguiente: la consigna por la “erradicación de la violencia de género” es pura distracción. Fuegos artificiales. Los hechos, que están a la vista de todos, demuestran que ella sólo es un canto de sirena que nos distrae del auténtico objetivo de este nuevo lenguaje: promover el asesinato del niño por nacer, descalificando a los opositores del aborto. Que no te engañen: no buscan eliminar la violencia contra las mujeres.
No sólo la causa del aborto se impulsa en esta batalla por la implantación de los significados y significantes. También se persigue la naturalización de la homosexualidad: que parezca normal, que dé lo mismo, que no signifique nada o que robe sonrisas y risitas tontas. La palabra “gay” es testigo de ésto, ya hace décadas. Con la promoción y el uso en todos los niveles de este término se llevó a cabo el más grande y mejor orquestado secuestro de la alegría. Richard Cohen, psicólogo que ha llevado adelante numerosas terapias para reorientar las tendencias sexuales de sus pacientes, afirma: “No hay nada gay (alegre) en el estilo de vida homosexual. Está lleno de tristezas y, muy a menudo, consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de co-dependencia”[4].
Es deseable que quienes se oponen al aborto pero, de alguna manera, admiten más o menos estos comportamientos, adviertan que tanto la naturalización de la homosexualidad como la eliminación del no nacido no son dos cosas distintas: son parte de la misma estrategia, cuyo punto culminante es la destrucción del amor por vía de la abolición de la familia. Abolición, término de una estrategia en estrecha relación con la idea de que una persona tiene “derecho” a hacer con su vida lo que quiera, desde drogarse hasta dar fin a su vida mediante la eutanasia. El objetivo: instalar una ideología según al cual el ser humano “construye” su naturaleza, negándose de esta manera a sí mismo y acabando en el abismo de la muerte. Un modelo todopoderoso, lo que se deja ver en la pretensión de decidir quién vive y quién no, tanto en términos de eliminación de los ya concebidos como de los ancianos y enfermos terminales. No aceptan un Dios fuera de ellos mismos, porque ellos mismos son su propia divinidad.

Neologismos interesados

También se habla, se suele escuchar, el término femicidio, lo que obliga a una pronta aclaración. “Femicidio” no existe. Existe el homicidio. Por Dios: enterremos esa manía de crear palabras “femeninas” para que las mujeres “se sientan bien”. Ya ni siquiera es ideología: es capricho. Más aún: es desorden mental.
Algo semejante ocurre con las palabras machismo, micromachismos, violencia heteropatriarcal. Desgastan el idioma de tanto decirlas y éstas acaban por aturdir. Terminan desconcertando. Marean y causan náuseas. Todo este vocabulario es el resultado de un cambio de óptica: cosas que son naturales y propias de la buena educación –como dejar pasar primero a una mujer, cederle el asiento, ahorrarle algún esfuerzo físico– ahora son denominadas “micromachismos”.
Tenemos que despertar: estamos ante una enfermiza concepción que señala como responsable de TODO lo que le ocurre a la mujer al sexo masculino. Resentimiento hacia el varón, hermanos, maridos o padres. Y todo se pinta con “razones” y “argumentos”. Reconocer a una mujer como diferente, delicada –y tratarla distinto– es “machismo”. Un acto de amabilidad en un colectivo es objeto de controversia. Obsequiar una rosa es problemático –lo quieren volver problemático–, convirtiendo en odiosas muchas cosas buenas.



Estereotipos de género, interrupción del embarazo, “yo decido”.

Veamos, si no fuese suficiente lo anterior, cómo tienen lugar estas cosas: cuando regalamos un juguete de guerra a un niño, cuando obsequiamos una muñeca a una niña, estamos reforzando –a juicio de muchos modernos psicólogos y “profesionales de la educación”– algo terrible. Algo que haría palidecer al mismo Lobo de Caperucita: reforzamos “estereotipos de género”. Cuando regalo, cuando obsequio un juguete a un niño, a un pequeño, demuestro el amor (¿hace falta decirlo?) de la forma más natural que puedo. ¡Imbéciles! Pero estos ideólogos ideologizan el amor. Protestemos: basta de ideologizar el amor. Basta de problematizar lo que es natural, lo obvio.
No subestimemos el poder de las palabras. Hay que saber, entonces, que el término “género” es parte de la ideologización del amor y de la sexualidad. Por eso es que no debemos adoptar un vocabulario que sirve a una mentalidad que rechazamos: “El lenguaje es un inapreciable instrumento de penetración y dominio. Es la savia misma de la vida social y cultural. Quien imponga un determinado lenguaje impondrá junto con éste un modo de entender la realidad, una cosmovisión subyacente, valores morales, culturales y políticos, pautas de conducta” (Prof. Jorge Ferro).
Para estos ideólogos seguidores de Foucault –quien sólo debiera ser enseñado en las cátedras como sparring, como adversario con quien practicar el arte de la refutación– todo es construcción. Mi identidad sexual no es, por tanto, algo “dado” que debo desarrollar hasta llegar a su plenitud. No: es algo que puede ser construido y que depende de mi ‘autopercepción’. ¿Me autopercibo mujer o me autopercibo hombre? Gorgias y Protágoras se frotan plácidamente las manos. Por eso es que es imperioso, frente a los nuevos sofistas, el surgimiento de los nuevos paladines de la Verdad: un Nuevo Sócrates que ilustre la verdad, un Nuevo Platón que ponga freno a las falacias, un Nuevo Aristóteles que deleite la inteligencia de sus oyentes y lectores con la realidad. Y un Nuevo Tomás de Aquino que, tomando todo ésto, lo ponga a los pies de Cristo para que Él lo transfigure con su gracia.

Juan Carlos Monedero (h)




[1] El siguiente video en YouTube muestra hasta qué punto se han metido con los mismos niños: https://www.youtube.com/watch?v=TNHwI9WdC7s
[2] Cfr. “Violencia de género: decir una verdad para defender una mentira” en http://statveritasblog.blogspot.com.ar/2013/04/violencia-de-genero-decir-una-verdad.html; “Réplica a Mariana Carbajal (Página/12)” en http://www.notivida.com.ar/boletines/894_.html; “Las palabras en la Argentina” en http://quenotelacuenten.com/2015/06/26/las-palabras-en-la-argentina/; “La profunda falacia que esconde la palabra “homofobia” en http://statveritasblog.blogspot.com.ar/2014/01/la-profunda-falacia-que-esconde-la.html
[3] http://perio.unlp.edu.ar/node/3671
[4] http://www.mscperu.org/homosexual/homotestimonio/cohenComprenderSanar.htm

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