viernes, 14 de julio de 2017

En el día de la toma de la Bastilla, leo a Maurras - Stegmann y Monedero

En el día de la toma de la Bastilla,
leo a Maurras

El 14 de julio de 1789, la cárcel de la Bastilla es tomada por los que más tarde serían los protagonistas de la Revolución Francesa. El lector avisado no necesita que le recordemos el carácter masónico, liberal y anticristiano de este acontecimiento histórico, con sus enormes influencias. Pero como, al fin y al cabo, el mal es privación y lo positivo es y debe continuar siendo el bien, en este día nos tomamos la libertad de hablar no de la Revolución sino de uno de los más agudos críticos del Liberalismo que la nación francesa ha parido. Y ese es Charles Maurras. ¿Quién fue él?



Considerado uno de los más destacados intelectuales contrarrevolucionarios del siglo XX, Maurras nació en Provenza, Francia, en el año 1868. De familia católica, heredó de sus padres la fe, perdiéndola tras quedarse sordo a la edad de dieciséis años. Sin embargo, esta desgracia no le impidió convertirse en un férreo defensor de la fe católica, constructora de civilizaciones. Estimado en grado sumo por San Pío X y excomulgado por Pío XI tras un penoso proceso –bajo la influencia de ciertos enemigos de la tradición, ocultos en el Vaticano–, esta sanción le fue levantada a los pocos meses de comenzar su pontificado por Pío XII.
Antigermánico irreconciliable, acusado injustamente luego de colaborar con el Reich, Monárquico en una Francia Republicana, líder de la Acción Francesa, inspirador de políticos e intelectuales de renombre en todo el orbe (entre nosotros Julio Irazusta, Roberto de Laferrere, etc.), antiliberal, antimarxista, pero también antiestatista, amante del orden, enemigo de la revolución hecha por los de abajo, respetuoso de la revolución hecha de arriba, gran escritor (estando preso escribió 45 obras), gran polemista, enemigo de los enemigos de la Iglesia, admirador de viejos contrarrevolucionarios como De Bonald, Burke, De Maistre, creador del método que llamo “empirismo organizador”, todo eso y mucho más fue Maurras.
En el mundo de las ideas, ¿sirve de algo leer al político francés? La respuesta es afirmativa. Vaya un ejemplo: tanto desde el liberalismo como de la boca de los cuatro carlistas locales que hay en la Argentina, se viene poniendo de moda atacar al nacionalismo, en especial al católico, por defender la idea de Nación soberana. Según ellos, no sería pasible de defensa –argumento que no puede ser descalificado sin más– aquello que nace (la Nación) al calor del jacobinismo más radical.
Vayan estas palabras del maestro provenzal para despejar cualquier tipo de duda al lector desprevenido que se tope con este discurso:

“Nuestra fase de las nacionalidades, iniciada con la Reforma y la Revolución representa una decadencia. No hay que forjarse ilusiones; el género humano no ha experimentado progresos desde que se constriñó a los cuadros estrictamente nacionales. La humanidad civilizada tenía antes por límite y garantía la cristiandad católica, un espíritu religioso tan vasto como el mundo. Tales garantías y frontera se han reducido a la medida de las nacionalidades. Es esto una pérdida, pero la pérdida sería mucho mayor si las nacionalidades fuesen destruidas. La humanidad perdería sus últimas defensas y ¡adiós a todo! (…) Nuestro primer deber, en el siglo de las nacionalidades en que nos hallamos, es reforzar, armar y fortificar nuestro país; de otro modo seremos devorados, deglutidos, consumidos”[1].

A todos ellos, a los críticos del nacionalismo católico, les decimos, junto a Maurras, que “TODO LO NACIONAL ES NUESTRO”.

Por Fernando Stegmann
y Juan Carlos Monedero (h)




[1] Charles Maurras, El Orden y el desorden. Huemul, págs. 35–36.